martes, 17 de marzo de 2015

TATUADOS EN EL EXILIO


Decisiones, alguien pierde, alguien gana ¡Ave María!. Decisiones, todo cuesta. Salgan y hagan sus apuestas, ¡Ciudadanía!”. El himno salsero del panameño Rubén Blades en su coro, sirve de escenario para que la tinta, en manos de un venezolano, recorra la piel de quien decidió acompañarse el antebrazo con un tatuaje. Frases de la canción despiertan en este que manipula la aguja, un sentimiento confuso al extrañar de a ratos lo que ha dejado en su país. “No pienso regresar. Vine de vacaciones y me gusta mucho como se vive aquí. Allá no se consigue nada, el dinero no vale nada y aquí he conseguido trabajar de lo que sé y me gusta hacer que es tatuar”, dice al estar cerca de cumplir un año y medio en Barcelona.


Su novia sueca lo interrumpe para preguntarle si quiere beber algo. Se entienden en un inglés básico pero Ángel Camacho asegura, está encantado. “La otra vez le preparé un desayuno venezolano con unas buenas arepas y le gustó mucho. Vamos a ver qué pasa”, sentencia con una sonrisa.

Voces dentro de un estudio de grabación, se combinan para plasmar los coros y el entrelazado entre la principal y la secundaria. Ambas se turnan en un juego de afinaciones que se van acoplando a los instrumentos ya editados de la banda de rumba catalana que ensaya en una calle de Poblenou. Diego Gil, mitad venezolano, mitad español, tiene casi 10 años en Barcelona. A sus 30 años de edad, afirma con desapego que no sabe ni entiende todo lo que se habla de Venezuela.

No ha pisado el calor de su tierra madre porque: “Todo lo que tenía allá, está afuera del país. Mis padres vinieron a vivir a España, mis amigos dejaron de vivir en el país con el pasar del tiempo y no sé que puedo buscar allá, ni qué podría encontrar.”, dice mientras descansa del primer corte de grabación y agrega que las noticias del país tampoco son las más alentadoras.





 
      A casi 540 km. de distancia de Barcelona, en un consultorio odontológico en Alicante, Carolina La Fuente revisa las caries de una pequeña a la que le prohíbe comer dulces en exceso. Confiesa que antes de llegar a España, salió con su

esposo de Venezuela a Miami donde estuvo casi 10 años. “Salimos porque éramos una pareja joven que tenía todo por delante y en el país las cosas empezaban a cambiar.”


      Al no tener oportunidad de trabajar como odontólogo en Estados Unidos, cuando estalló la crisis en 2008, ella, su pareja y sus hijos, lo dejaron todo por un futuro mejor en España. La doble nacionalidad le ha dado las oportunidades, “pero no ha sido fácil ya que aquí estamos atravesando una crisis”, dice mientras conduce del consultorio a su casa.




Venezuela, durante el siglo XX albergó a miles de europeos que huían de la guerra. “Era una tierra de oportunidades.” señala, Carolina; “Ahora no es así, cada vez llegan más venezolanos a España y a otros países. Nos hemos convertido en inmigrantes por excelencia”.





“Aquí en España vivo sin miedo”, asegura Paula Rodríguez , Licenciada en Comunicación Social, quien tomó la decisión de ir “estudiar y buscar una mejor calidad de vida”. Ella forma parte de una estadística que define al país sudamericano de los últimos 10 años.


Aproximadamente un millón y medio de venezolanos, según datos de la Universidad Central de Venezuela, han optado por una alternativa de vida fuera de sus fronteras debido a la escasez de alimentos, la inseguridad, impunidad, inflación de la moneda, el cierre de medios de comunicación y la represión, elementos tatuados en todos los venezolanos que viven fuera de su país.
El 80% de ellos son profesionales. Al menos 200 mil venezolanos residen en España, el segundo destino después de Estados Unidos.



“Lo más complicado es vivir con el grado de violencia e inseguridad que hoy tenemos; vives con miedo”, afirma. Con un promedio de 25 mil muertes violentas sólo en el año 2013, según el Observatorio Venezolano de Violencia, el país petrolero se ha convertido en uno de los más peligrosos del mundo. “En Barcelona camino sin miedo por la calle.
En Venezuela trabajaba como Coordinadora de Publicidad y Marketing y con ese sueldo no podía independizarme, aquí en una tienda puedo mantenerme. Es un contraste poco creíble y triste a la vez.”



Mientras ordena la mercancía de la tienda donde trabaja, Paula, recibe con un inglés fluido a un cliente oriental que pide los modelos de calcetines en oferta. “Estoy trabajando porque me negaron CADIVI y sin ello era imposible pagar un postgrado. Tengo muchísima suerte porque hoy en día encontrar trabajo en España, y aquí en Barcelona, es difícil”.





Paula, con pasaporte español, tiene doble nacionalidad, lo que le ha permitido conseguir cómo mantenerse sin plantearse regresar por el momento. “Extraño todo lo que dejé allá. La vida de inmigrante no es fácil pero vale la pena el sacrificio”, concluye.








Por su parte, Giancarlo Álvarez, Licenciado en Administración de Empresas, se atrevió a viajar a España esperando una respuesta de Cadivi para poder realizar un máster en Administración y Finanzas. La respuesta, como a cientos de estudiantes venezolanos en el exterior a finales del año 2014 fue negada bajo la excusa de que el gobierno nacional no poseía divisas suficientes.


























“Intenté quedarme de camarero, pero sinceramente, no es lo mío y no quiero quedarme aquí haciendo eso”, dice a 8 horas del vuelo de regreso a Caracas.


 La Revolución comenzó a gobernar a partir del año 1999 en el país caribeño. Desde ese momento las clases populares, la gran mayoría del país, fueron escuchadas con la intención de reivindicarlas con educación pública, redes de automercados populares, viviendas dignas, salud pública y muchísimas misiones o proyectos que debían convertir a Venezuela en una potencia. Durante 15 años de gobierno, el país ha sufrido devaluaciones, desabastecimiento y escasez, acusaciones contra los derechos humanos, actos de represión y tortura.
El testimonio detrás de la estadística respalda, cómo parte de una sociedad se siente abandonada por un sistema político que los invita y a veces obliga, a buscar otras opciones de vida lejos de sus familiares, sus símbolos patrios, su historia. Es quizás el primer éxodo masivo de Latinoamérica en el siglo XXI.


En las calles de cualquier ciudad del país criollo, resaltan los afiches donde la Venezuela Socialista es humana, grande y feliz; sin embargo tiene a muchos de sus hijos tatuados en el exilio.




Juan Andrés Pinto

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